jueves, 7 de febrero de 2013

¿Realidad o fricción?

Todo es sexo aun cuando no lo practicas, o precisamente cuando no lo practicas es más sexo que nunca. Me refiero a la ansiedad que provoca. Al instinto. Al principio de incertidumbre. Me refiero a esa obsesión por creer que no hay dos fricciones iguales sino una misma fricción elevada a infinitos contextos. Me refiero a esa obsesión por repetir en bucle una sola sensación y retenerla, y adornarla, y dotarla de fantasía, y acotarla sin querer. O el concepto de abandono como opción: abandonarte a alguien por amor, por confianza, o arrastrado por un tsunami de curiosidad, o por simple nihilismo.
O el sexo pretérito. Recordar una y otra vez aquel encuentro y sumarle inevitables vicios, o que se cuele el dolor de un pasado en común mal resuelto. Pensar sólo en ella y que el resto de los cuerpos te deriven a ella aunque conozcas de memoria cómo es el sexo con ella, los pechos exactos de ella o su humedad relativa. Aunque el paso del tiempo guarde insana proporción con el deseo.
O esa inagotable curiosidad por conocer lo que ya intuyes. El fetiche de un sostén, o el secreto a voces que guarda ese preciso escote. O esa lucha entre iguales distintos. Querer lo mismo del otro o buscar el placer de buscar el placer en el otro mientras el otro busca el placer de buscar el placer en ti. LA BÚSQUEDA en mayúsculas. El encuentro. La experiencia no programada. El aquí te pillo, aquí te ato. Los prejuicios. La delgada línea roja. La ausencia de mapas. Los curriculums inventados. La boca que escupe un pez muerto, pero no traga.
El universo en una cama. El universo en la encimera de la cocina. O en el cuarto de contadores. O en el espejo retrovisor de un taxi. O en el asiento trasero de un taxi. La novedad. La lucha de egos. Llevar la iniciativa o ser brusco o delicado o sumiso. O mirar a los ojos o cerrarlos. Dime cómo follas y te diré quién eres.
Sí, dije follar. Tú lo llamas sexo sin amor; para mí es la suma de dos amores propios.


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