Hay nombres que jamás volveremos a decir
sin sentir que algo abre las alas dentro de nosotros,
o se muere.
Yo, por ejemplo, digo “Inés” y sonrío.
Inmediatamente después
le dan ganas de llorar a mi piano.
le dan ganas de llorar a mi piano.
y no tengo un piano.
No tengo un piano porque sin Inés,
de qué carajo sirve un piano.
Ustedes no saben quién es Inés,
estas alturas, yo tampoco.
pero daría mi vida por su felicidad.
Así de entregado soy yo con los extraños.
Diego Villaseñor
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