Para eso se inventaron los espejos retrovisores. Si me alejo de ti no tendré que girar la cabeza para verte más y más pequeña. Puedo mirar al frente y dedicarte apenas una fracción de ojo. Tu cuerpo menguando en mi espejo con sólo pisar un pedal, embrague, segunda. Un pedal, embrague, tercera. Un pedal, embrague, cuarta. Para eso se inventaron los espejos. Puedo avanzar mientras huyo de ti sin miedo a chocarme. Sin miedo a morir en mi intento de olvidar lo que fui contigo. Puedo romper el cordón que me une a tu piercing, ese que aún creo atrapado en mi tráquea. Pisando un pedal. Puedo incluso girar el espejo y mirarme a los ojos. Recordarme tal y como era. Pulsar el F5 de ese yo que perdí para ganarte. El yo putero. El yo sin nadie. El yo feliz.
Por suerte los pies no tienen sentimientos. Puedo pisar un pedal y alejarme aunque te siga queriendo de tobillos para arriba, aunque mis manos mueran por tocar tus pies muertos de frío. Fingir entereza, encender el taxímetro, maquillarme las ojeras. Y decirle al mundo que la mujer de mi vida no se fue, que fue mi otra vida quien se quedó con ella; que fue mi nueva vida la que pisó el pedal, la que movió el espejo, la que marcó como spam mi futuro a su lado. Todos esos planes a la mierda. Toda mi nevera a la basura. Veamos cuando acabe la anestesia.
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